📈¿Hemos perdido la capacidad de sorprendernos?
Creo que la primera vez que me “hypeé” (aunque aún no conocía la palabra) fue cuando vi un vídeo promocional que regalaban con Hobby Consolas: «Deja de pensar cómo serán los juegos del futuro». Curiosamente, lo protagonizaba el actor José Luis Gil (Enrique Pastor en La que se avecina).
Ese vídeo me voló la cabeza. Hasta entonces, aun sabiendo que Super Nintendo era técnicamente superior, yo era un orgulloso usuario de Mega Drive. En la transición a los 32 bits, los gráficos poligonales eran más promesa que realidad: pixelados, planos y algo impersonales. Sí, los zooms y rotaciones sorprendían, pero todavía faltaba ese “toque artístico” que eleva un juego más allá de lo técnico.
Y de repente, ver cómo una máquina que parecía haberlo dado todo todavía tenía margen para crecer me hizo entender algo: lo que realmente evoluciona con el tiempo no son solo las consolas, sino la creatividad de los desarrolladores.
No pude resistirme. En cuanto pude, cambié mi querida Mega Drive con el MK3, Ecco 2 y Dragon Ball Z por una Super Nintendo con Super Mario World y Street Fighter II Turbo. A esos títulos siguieron otros inolvidables: Secret of Mana, Weapon Lord y, sobre todo, Terranigma. Nunca olvidaré el impacto de arrancar el juego y ver esas nubes doradas flotando sobre Crysta, la recreación del pueblo, la banda sonora… aquello era pura magia.
⬆️Escalones cada vez más altos
Si los desarrolladores suben escalones creando obras más complejas y ricas, nosotros, como jugadores, respondemos elevando nuestras expectativas. Queremos siempre más, sin reparar en que cada avance cuesta muchísimo esfuerzo mientras que, como consumidores, lo absorbemos con facilidad.
Lo comprobé unos años después, con la llegada de PlayStation. En 1998 las 2D eran ya cosa del pasado y, aunque nos habíamos acostumbrado al popping y a los “pixelacos” de las texturas, los estudios habían aprendido a manejar las 3D. Títulos como Final Fantasy VII, VIII y IX, Resident Evil 3 o Metal Gear Solid lo dejaron claro. Pero el juego que me convenció de que la PSX era la reina absoluta fue Gran Turismo.
Me impresionó que apenas se apreciaran los enormes píxeles de otras producciones. Con ingenio en las distancias, las cámaras y los detalles, Polyphony Digital consiguió que muchos sintiéramos que estábamos ante algo revolucionario. Y entonces entendí por qué PlayStation barrió a Saturn y a Nintendo 64: no solo ofrecía potencia, sino equipos capaces de sorprendernos de verdad.
🚈La velocidad del progreso
Los primeros pasos siempre son los más difíciles, pero una vez los desarrolladores dominaron la técnica, el progreso fue más rápido. Sin embargo, al alcanzar cierto nivel de excelencia, la mejora se volvió más lenta, constante… pero menos impactante. Nosotros, en cambio, nunca dejamos de exigir.
Ahí entramos en el baile de las especificaciones: 16 bits, 32 bits, 128 bits. Más memoria, más resolución, más de todo. Los estudios crecieron en tamaño y presupuesto para ofrecernos mundos más ricos y gráficos espectaculares. Escalones cada vez más altos y duros de subir.
Y un día, charlando con un amigo, me di cuenta de que aunque el salto entre generaciones había sido enorme desde mi primera Game Boy en el 91, ya no arrancaba un juego con la ilusión de “a ver con qué me sorprenden ahora”. En su lugar, esperaba que fuera, como mínimo, mejor que el anterior. Íbamos a 200 km/h por la autopista del “quiero más”, sin detenernos a apreciar esas diferencias sutiles —o no tan sutiles— que marcan la evolución de un género.
💡La gran pregunta
Por todo esto me pregunto: ¿hemos perdido la capacidad de sorprendernos? ¿O simplemente hemos dejado de mirar los videojuegos con los mismos ojos que cuando éramos niños y todo parecía magia?
Filed under: Opinión - @ 8 de marzo de 2017 12:52
Etiquetas: n64, psx, saturn, terranigma